Una ciudad no son calles con edificios. Cada ciudad es tu ciudad, diferente según de con quien la pasees.
Una ciudad no tiene la culpa de que te espere un fantasma sentado en ese banco de esa plaza. Siempre ahí, mirándote con una sonrisa congelada en tu memoria.
Una ciudad no siente tus pasos tristes, no te reconoce subiendo la cuesta, no demora un porvenir inesperado ni mitiga el peso de tu espalda. No prohíbe los pájaros ni las fuentes por respetar tu luto.
Por eso, de la misma manera, una ciudad, esta ciudad por ejemplo, no es responsable de tu felicidad.
Esta misma ciudad, que observó indolente tu sombra en las paredes, no puede, ahora, poner la mano para la propina.
Si caminas apenas rozando los adoquines, si te fijas en las fuentes, si respiras la “maresía” que se cuela por ciertas calles, si sonríes a su luz…
Si te ocurre esto es, estoy convencida, porque una ciudad se transforma dependiendo de con quien la pasees.