Una noticia en la radio

Recoge la corbata y el pantalón de la tintorería. A los pocos minutos está en la habitación rebuscando entre las camisas amontonadas en un viejo baúl a los pies de la cama. Una tras otra las va cogiendo, examinando y tirando a una silla cercana. Están tan arrugadas como las dos chaquetas aplastadas entre la ropa que languidece en la barra combada del pequeño armario empotrado. Por el balcón entra todavía las últimas luces de la interminable tarde primaveral.

Deja caer sus brazos, cierra los ojos y mueve la cabeza lentamente rotando sobre su cuello grueso. Crujen algunos huesos. Aparenta unos 70 años. Es algo rechoncho y de baja estatura, cabeza calva y usa gafas de concha. Como si despertara, sale decidido a la cocina. Pone la radio y un café. El boleto de Radio Nacional de España abre con un suceso. Han matado a otra mujer en algún pueblo de alguna provincia. No se entera bien.

Escoge entre el escueto menaje una taza blanca y larga, recuerdo de Praga, y el azucarero de la despensa y los deja en la mugrienta encimera.

El informativo continúa en la radio. Mira entonces fijamente a la radio y se sienta despacio en la silla celeste de conglomerado y diseño pasado de moda, para oír, esta vez sí, que la asesinada es una joven, madre de un niño de dos años y su expareja le ha dado una puñalada mortal al salir del supermercado en el que trabaja de cajera. “Anda, como mi hija”, piensa.

El borboteo del café requemado y, casi a la vez, el timbre del teléfono hacen que se levante. Apaga el fuego y contesta al teléfono.

Ciudad hermana

La idea era que no se diferenciara la copia del original. Y así fue. En lo alto del cerro, Zhora se bajó del caballo y los hombres y mujeres que formaban parte de su comitiva se pusieron a sus órdenes. Recupera de su memoria calles y plazas y empieza a señalar con sus enjoyados dedos: aquí va la mezquita, bajando la ladera, los baños, tres arcos, una muralla, la medina entre esas dos lomas, y la casa de mis padres justo ahí.

Esa fue la única condición. No le pidió amor eterno, ni fidelidad, ni hijos, ni palacios. Solo quería que le construyera una ciudad idéntica a la que abandonó en Al-andalus.

…y la cristalería de Bohemia sin estrenar

Hace un mes me regalaron un juego de sábanas preciosas. Tienen más de 70 años y estaban sin estrenar. Conservaba incluso las tiras de cartón que daban forma a esa perfecta manera en que venían dobladas. El algodón blanco había amarilleado por algunas zonas  y los alfileres se habían oxidado clavados en la tela.

La sensación de despojarlas de ellos  y de extenderlas después de que alguien las doblara hace casi un siglo fue… extraña. Especial.

¿Dónde estarán las manos que las doblaron?, ¿en qué cajones han estado tanto tiempo?, ¿por qué casas habrán pasado?.

Me las regaló una mujer buena, a la que quiero. A ella se la regalaron siendo una chiquilla y ya ha cumplida 90 años. Nunca las estrenó. Nunca vio el momento adecuado. Siempre las conservó en su caja original y ya no las quiere estrenar. Por eso me las dio.

Me ha recordado a un breve poema que me impresionó cuando lo oí hace unos años a su autora, Isabel Escudero: «La vida se me va y esta cristalería de Bohemia sin estrenar».

Así que hoy he puesto las sábanas en mi cama y he comido en la vajilla de La Cartuja que mi madre me regaló para ocasiones especiales.

Consejo

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Cuando rompas el billete de vuelta y tires al fuego retales de tardes enfurecidas.

Cuando descosas el vestido de promesas hecho a medida y rasgues las sábanas que tocaron sus pies.

Cuando confundas miradas y olvides canciones.

Cuando destruyas el rincón en el que se esconden los reproches.

 Y pises, al fin, el prado.

Entonces,  sacúdete el rencor de los hombros y camina como si fueras lluvia y tu cuerpo fuera el universo.