El fútbol para algunos

En muchos casos, el fútbol es como un hilo invisible que une a padres e hijos durante todas sus vidas. Por eso, para Javier Marías, el del corazón blanco, el fútbol es «la recuperación semanal de la infancia» y también es temor y temblor, una mezcla de sentimentalidad y salvajismo, una escuela de comportamiento y nostalgia, y la escenificación de la épica al alcance de todo el mundo”. En su libro “Salvajes y sentimentales” recoge los muchos artículos que ha escrito sobre un deporte en el que caben todas las pasiones: la épica, la estética, el heroísmo, la picaresca, el dolor de la derrota. Un interminable desfile de héroes, villanos, figurantes y gestas, un espectáculo que quizá merezca la pena tomarse en serio”.

Por su parte, Luis García Montero, ha escrito, junto con Jesús García Sánchez un libro titulado “Un balón envenenado, antología de poesía hispanohablante sobre el fútbol”. Para el poeta granadino el fútbol nacional ha tardado años en levantar vuelo por culpa de las piedras. Escribe que, como no existían instalaciones deportivas, los niños españoles aprendíamos a correr con la pelota provinciana en los pies y los ojos en el suelo, para sortear baches, adoquines, charcos y bordillos. Y dice que el fútbol sólo necesita una historia sentimental, una sobrecarga de ilusión, dos equipos y un árbitro. «Nos alegra la vida -dice- precisamente por su falta de importancia. Como en todo lo que afecta a los sentimientos, siempre aparecen buitres dispuestos a hacer negocio. Pero si quiere seguir existiendo, este espectáculo debe tener cuidado en no matar al niño que sus seguidores llevamos dentro».

 

La pasión está en América

El fútbol, como pasión que es, se vive en Latinomérica de manera especial. No solo de Benedetti y Galeano, hay muchos. Si Cabrera Infante y Borges lo detestan, Bioy Casares dice que ha dejado de existir. El jugador Valdano escribe, el escritor Juan Villoro, juega. Los uruguayos escriben libros sobre el maracanazo, los argentinos le cantan a Maradona. En el programa de radio del periodista deportivo argentino Alejandro Apo se leen cuentos de fútbol enviados por los oyentes desde 1996. Cuentan verdaderas historias humanas sobre triunfos y fracasos. “El fútbol y los libros, históricamente, se trataron de usted. Lo que nosotros pretendemos es que empiecen a tutearse”,  dice.

Desde niño, el escritor mexicano, Juan Villoro ha sido aficionado al fútbol. En sus libros “Dios es redondo” y “Los once de la tribu”, plasma lo que pasa tanto dentro como fuera de las canchas, pues para él, el fútbol sucede también en la mente del público. Aunque lo que abundan son los argentinos. Están: Eduardo Sacheri que domina el género del cuento futbolero con títulos como “Me van a tener que disculpar”, justificación de Diego Maradona en la que habla del jugador sin nombrar; o Alberto Fontanarrosa con libros como “Puro fútbol” y “No te vayas campeón” y Osvaldo Soriano con “Cuentos de los años felices”. Son solo algunos ejemplos.

Alguien dijo, el poema más corto de la historia es éste: GOL. Pues eso.

Borges y su odio al fútbol

El argentino borges2universal, Jorge Luis Borges tuvo los santos arrestos de dar una conferencia en Buenos Aires sobre el apasionante tema de la inmortalidad el mismo día y a la misma hora que la selección argentina de fútbol debutaba en el Mundial del 78. Eso es valor.

Uno de los escritores más importantes del siglo XX odiaba el fútbol. Para él era “feo estéticamente”. Decía “once jugadores contra otros once corriendo detrás de una pelota no son especialmente hermosos”. Los futbolistas eran para él meros piratas de la vida y el fútbol era «popular porque la estupidez también es popular».

Corre por ahí la leyenda urbana de que esta tirria se debía a que una mala caída jugando al fútbol con unos amigos había sido el origen de su ceguera. Será invención de futboleros que no pueden entender esta manía porque, en realidad, fue la misma ceguera hereditaria y progresiva que ya tuvo su padre. El caso es que el eterno candidato al Premio Nobel, arremetía cada vez que salía el tema. “Qué raro –decía- que siendo Inglaterra un país tan odiado nadie le haya echado en cara haber llenado el mundo de juegos estúpidos, como el fútbol, que es uno de los mayores crímenes de Inglaterra”.

Para este escritor de cuentos magistrales, “el fútbol despierta las peores pasiones, sobre todo lo que es peor en estos tiempos, que es el nacionalismo referido al deporte. Porque la gente cree que va a ver un espectáculo, pero no es así. La gente va a ver quién va a ganar. Porque si les interesara el fútbol, el hecho de ganar o perder sería irrelevante, no importaría el resultado, sino que el partido en sí fuera interesante…”

 

Vázquez Montalbán buscando a Dios

images-18Manuel Vázquez Montalbán se definió a sí mismo como «periodista, novelista, poeta, ensayista, antólogo, prologuista, humorista, crítico, gastrónomo y culé”. Criado en El Raval, en una familia republicana que conocía la cárcel, escribió sobre el Barça desde una óptica social por primera vez desde la Guerra Civil. Hijo de gallego y murciana, defendía al Fútbol Club Barcelona como símbolo de la pertenencia a unos colores por parte de los inmigrantes desconcertados en la extraña gran ciudad. Válvula de escape del charnego. Más que un club.

Comparte con Joan Manuel Serrat el mito de Basora, César, Kubala, Moreno y Manchón. “Ahí están –decía- esos cinco cromos junto a las fotos de mis seres queridos y a los vacíos de los animales que se me han muerto”. Escribió un centenar de artículos de fútbol y a su personaje más famoso, el detective privado Pepe Carvalho, se lo llevaba al estadio alguna vez. Habló de la Liga de las Estrellas estrelladas que vino con la liberación del mercado, de la Liga de la Extranjería, porque hay pueblos que nacen para crear futbolistas y otros para comprarlos, y de la Liga de los Traficantes. Pertenecía a la era de las drogas y el alcohol, pero pensaba que “así como el alcohol sigue siendo lo que era, el fútbol es cada vez más una droga de diseño”. Hace ya años que escribía: “los clubes se remodelan según los cánones de poderosos centros financieros y mediáticos. Ni siquiera Ronaldo es un jugador de fútbol, es un diseño de la FIFA y de las multinacionales de prendas deportivas. Cuando se ficha a un entrenador diseñador, su talento no consiste en sacar partido a los jugadores de la plantilla, sino a construir plantillas a la medida de su ejemplo. Si a los feligreses no les gusta el diseño, nuevos gladiadores se pondrán nuestros colores. El día que una marca se anuncie en la bragueta de los calzones, los jugadores no se protegerán las partes con las manos en un tiro directo».

Su libro póstumo es “Una religión en busca de un Dios”. Los estadios son catedrales, los aficionados adoran los colores de su equipo y los futbolistas son dioses. El «más bello deporte del mundo» es la religión del siglo XXI, diseñada por la FIFA y por las multinacionales. Por todo ello, Vázquez Montalbán defendía que el público no tiene alternativa, porque «los partidos políticos están obsoletos y las religiones no se han puesto al día en marketing teologal de masas, así que no hay mejor comunión de los santos que ser del Madrid o del Barcelona». O del que sea. Porque, en todo caso, estamos hablando de una religión politeísta.

Competición lírico-futbolística: Alberti vs Celaya

Esta es la historia de cómo dos forofos rivalizaron con palabras para defender a sus equipos. Se llamaban Rafael Alberti y Gabriel Celaya y eran, además de futboleros, poetas. Estamos en 1928. En el Sport del Sardinero, Santander, se juega la final de la Copa de Fútbol entre la Real Sociedad de San Sebastián y el Fútbol Club Barcelona. Como todavía Rafael Ballester no había ideado lo del lanzamiento final de penaltis -que se usó por primera vez en 1962 en el Trofeo Ramón de Carranza de Cádiz- en el torneo citado hicieron falta tres partidos para saber quién ganaba.

Para el poeta de El Puerto de Santa María, fue “un partido brutal, el Cantábrico al fondo, entre vascos y catalanes. Se jugaba al fútbol, pero también al nacionalismofc_barcelona_1928-1929. La violencia por parte de los vascos era inusitada. Platko, un gigantesco guardameta húngaro, defendía como un toro el arco catalán. Platko fue acometido tan furiosamente por los del Real que quedó ensangrentado, sin sentido, a pocos metros de su puesto, pero con el balón entre los brazos. Cuando el partido estaba tocando a su fin, apareció Platko de nuevo, vendada la cabeza, fuerte y hermoso, decidido a dejarse matar».

Alberti le dice a su amigo Gerardo Diego que se  había perdido el partido más heróico del mundo: «hubieras llorado, gritado y hasta perdido el conocimiento”. Así que le escribió una oda al heroico guardameta húngaro: “… Camisetas azules y blancas, sobre el aire, camisetas reales/ contrarias, contra ti, volando y arrastrándote/ Platko, Platko lejano/ rubio Platko tronchado.

Y aquí entra en competición lírica un forofo del equipo contrario, el poeta guipuzcoano Gabriel Celaya, porque siempre creyó que tenía que ganar la Real en aquellas tres finales. Así que a la oda de Alberti, Celaya escribió su “Contraoda del poeta a la Real Sociedad”. y así lo contó: “ Y recuerdo también nuestra triple derrota/en aquellos partidos frente al Barcelona/que si nos ganó, no fue gracias a Platko/sino por diez penaltis claros que nos robaron. /Camisolas azules y blancas volaban/y nada pudo entonces toda la inteligencia/y el despliegue de los donostiarras/que luchaban entonces contra la rabia ciega/y el barro, y las patadas, y un árbitro comprado”.

Nada nuevo bajo el sol. Le quita méritos al rival y acusa al árbitro de vendido. Aunque eso sí, todo mucho más poético.

Los intelectuales, el fútbol, Camilo y sus cuentos

Dicimages-13e el escritor uruguayo Eduardo Galeano que el fútbol se parece a Dios en la devoción que le tienen muchos creyentes y en la desconfianza que le tienen muchos intelectuales. En España no había intelectual en los 70 que se atreviera a confesar abiertamente que le gustara el futbol y así nos lo recuerda el escritor y madridista Javier Marías. De hecho, no estaba y creo que sigue sin estar bien visto por quienes lo concebían como el pan y circo de la posguerra, el opio del pueblo. Todo multiplicado por millones de aparatos de televisión y radio. Hoy día, elevado al infinito. Por eso, cuando el premio nobel de Literatura Camilo José Cela escribió en 1963 un libro titulado “Once cuentos de fútbol”, se tuvo hasta que justificar frente a algunas críticas diciendo que “el intelectual debe interesarse por todo lo que está vivo, y el fútbol, sin duda, lo está”. Que también hay mucho vivo lucrándose y trampeando en fifas, uefas y demás sitios de mal vivir, no vamos a negarlo. El caso es que el gallego, con el corazón dividido entre el Deportivo de la Coruña y el Celta de Vigo, escribió de fútbol porque le dio la real gana, faltaría más y porque ya había demostrado su nivel literario con obras como La familia de Pascual Duarte o La Colmena. Así que escribió estos once mamotretos surrealistas. Como en un equipo, son once historias de árbitros, entrenadores, futbolistas, novias de futbolistas, la grada, el campo… Camilo, Nobel, Premio Cervantes, escritor reputado con un caché estratosférico y que nunca necesitó una boca prestada, era de la opinión de que “el fútbol embrutece sólo al que viene ya bruto de su casa”. Y ahí, no voy a quitarle la razón.

El hincha del Nacional

Es udescarga-3n poeta que juega con las palabras como con un balón amaestrado a sus pies. Domina el centro del campo de los sentimientos y de las rebeldías y te mete un gol en todo el centro del pecho.

El uruguayo Mario Benedetti, además de gran escritor y de, intuyo, gran persona, fue un gran futbolero. Ya en los años 40 hacía crónicas humorísticas en un periódico de Montevideo de los partidos del Peñarol y del Nacional, su equipo del alma.

En su juventud fue portero. Muchos dicen que es el peor de los puestos. El decía que cuando los compañeros meten un gol, el arquero no puede festejarlo con ellos porque está muy lejos, y cuando se lo meten, uno está resignado a soportarlo en soledad.

El protagonista de su cuento más famoso sobre el fútbol,  “Puntero Izquierdo”, intentaba explicarnos lo que sentía en el campo “allí te olvidás de todo, de las instrucciones del entrenador y de lo que te paga algún mafioso. Te viene una cosa de adentro y tenés que llevar la redonda”.

Pensaba que a su país, Uruguay, le hizo mucho bien el fútbol. “ En 1950 le ganamos a Brasil la final de la Copa del Mundo en el Maracaná. Gracias al fútbol nos conocieron en el mundo. ¡La gente no podía creer que un país tan chiquito, que casi no estaba en los mapas, saliera campeón!

Pero al autor de La Tregua le molestaban mucho dos cosas. “Primero, la violencia, de la que fueron precursores los hooligans ingleses. Encima la violencia de afuera se traslada adentro del campo de juego, con patadas y acciones antideportivas. Es como una vocación de violencia que no entendía. La segunda cosa que le fastidia es, decía, el factor mercantil de este deporte, la excesiva publicidad, las disparatadas cifras de dinero que se manejan. Antes que nada hay que pensar que esto es un juego y merece ser disfrutado como tal”.

A él le gustaba más el fútbol de antes porque era un juego más limpio. Porque Mario, al fin y al cabo, seguía siendo el niño de Montevideo que iba de la mano de su padre a ver al Nacional.

 

El niño de Argel

A Albert Camdescarga-5us le dieron el Nobel de Literatura con 44 años por reflejar en su obra los problemas de conciencia del hombre actual. Eso le dijeron. Aunque a él lo que le gustaba eran dos cosas, la luz del sol y el fútbol. Al contrario que Zidanne, hijo de emigrantes argelinos en Francia, Albert era un pies negros, es decir, de familia de colonos franceses en Argelia. Vivía con su madre, viuda de guerra y analfabeta, y su abuela. y eran pobres de solemnidad.

Así que el niño dejó el medio campo y se puso de portero para evitar las tundas que le daban si llegaba a casa con los zapatos rotos. Y de guardameta jugó en el equipo de la Universidad de Argel. Por eso, ya en París se hizo seguidor del Racing Club solo porque compartía los colores con el equipo de su infancia y juventud. Estaba encantado, lo importante para él era jugar. “Me devoraba –decía- la impaciencia del domingo al jueves, día de entrenamiento, y del jueves al domingo, día del partido. Pero no sabía que se acababa de establecer un vínculo de años que nunca tendría fin”. Pronto aprendió que “la pelota nunca viene hacia uno por donde uno espera que venga. Eso me ayudó mucho en la vida, sobre todo en las grandes ciudades, donde la gente no suele ser siempre lo que se dice derecha”.

Camus, militante durante un tiempo del Partido Comunista y simpatizante del anarquismo, fue filósofo, periodista, ensayista, dramaturgo… uno de los intelectuales más importantes del siglo XX, reconocido con el nobel, famoso… Pues bien, poco antes de morir en un accidente de coche, Albert reivindicó el papel del fútbol. “Después de muchos años –decía- en que el mundo me ha permitido variadas experiencias, lo que más sé, a la larga, acerca de moral y de las obligaciones de los hombres, se lo debo al fútbol”. El filósofo del absurdo le debía a este deporte su conocimiento de los hombres y la vida. Por eso decía que si volviera a nacer y le dieran a elegir entre ser escritor o futbolista, elegiría lo segundo. Con Premio Nobel y todo.

La infancia y un balón

Seguro que mucho de ustedes lo vivió. Era cuando los balones se hacían con cualquier cosa y los niños tenían toda la calle para jugar. Cuando las zapatillas no eran las Nike de Ronaldo y las madres reñían si las destrozabas a los dos días. Cuando no había Fifa 16 ni los niños competían en las ligas municipales. Era el tiempo de la infancia jugada a golpe de patadas a un balón. Porque una pelota te salvaba del tedio de largas tardes sin tele ni play, ni tablets… La calle y un balón.descarga-2

Ese fútbol callejero que se ha jugado siempre en los barrios pobres del Río de la Plata o de Brasil, desde Liverpool hasta Nápoles. En los campos y en las playas. En las plazuelas de nuestros pueblos andaluces, en los jardines de las ciudades. Evitando al guardia y procurando que la pelota no se «embarcara» en un balcón. Un grupo de niños, sudorosos y gritones, y un balón.

Gerardo Diego, uno de los poetas más importantes de la Generación del 27, le dedicó un poema a un balón: «El balón de fútbol. Tener un balón, Dios mío. Qué planeta de fortuna. Vamos a los Arenales: cinco hectáreas de desierto. Cuadro y recuadro del puerto. Y a jugar. Vale la carga. Pero no la zancadilla. Yo miedo nunca lo tuve. (Una brecha en la espinilla). Tener un balón, Dios mío».
.Pues eso. Un balón, la calle y amigos.

 

El fútbol a sol y sombra

 

En un cumpleaños le regalé a un amigo un libro sobre fútbol. Él, aficionado a lo segundo más que a lo primero, no se lo leyó. Mi intención, didáctica y casi maternal, era que le cogiera querencia a la lectura tanto o más que al fútbol.Pero hay tareas que ni los 12 trabajos de Hércules. Fracasé, claro. Pero me sirvió, porque el libro en cuestión me lo leí yo.

Y no es que a partir de ese momento no me perdiera un partido, supiera de lesiones musculares, traspasos, dietas de carbohidratos. Nada de eso. Es más, sigo sin reconocer un fuera de juego.Pero ese libro, sí que me ayudó a ver el fútbol de otra manera. El título es “El fútbol a Sol y a Sombra”.

Y dice cosas como éstas:“Por suerte, todavía aparece en las canchas aunque sea muy de vez en cuando, algún descarado carasucia que se sale del libreto y comete el disparate de gambetear a todo el equipo rival, y al juez, y al público de las tribunas, por el puro goce del cuerpo que se lanza a la prohibida aventura de la libertad”.

Y dice también: “El gol es el orgasmo del fútbol. Como el orgasmo, el gol es cada vez menos frecuente en la vida moderna. Hace medio siglo, era raro que un partido terminara sin goles 0 a 0, dos bocas abiertas, dos bostezos”.

Y esto otro: “¿Ha entrado usted, alguna vez, a un estadio vacío?. Haga la prueba. Párese en medio de la cancha y escuche. No hay nada menos vacío que un estadio vacío. No hay nada menos mudo que las gradas sin nadie”.

Su autor, Eduardo Galeano, se confiesa : “ Como todos los uruguayos, quise ser jugador de fútbol. Yo jugaba muy bien, era una maravilla, pero sólo de noche, mientras dormía”.Así que, Eduardo se dedicó a escribir así de bien.