Anoche, la ciudad estaba desierta. Nadie, salvo una pareja de la mano, camina cerca del mar oscuro y solitario. El viento Sur (¿o era Norte?) le obliga a él a subirse el cuello de la chaqueta.
No les importa demasiado ni el frío, ni la hora, ni los bares cerrados, porque van, derechitos, al calor de una cama que compartir.