Esta es la historia de cómo dos forofos rivalizaron con palabras para defender a sus equipos. Se llamaban Rafael Alberti y Gabriel Celaya y eran, además de futboleros, poetas. Estamos en 1928. En el Sport del Sardinero, Santander, se juega la final de la Copa de Fútbol entre la Real Sociedad de San Sebastián y el Fútbol Club Barcelona. Como todavía Rafael Ballester no había ideado lo del lanzamiento final de penaltis -que se usó por primera vez en 1962 en el Trofeo Ramón de Carranza de Cádiz- en el torneo citado hicieron falta tres partidos para saber quién ganaba.
Para el poeta de El Puerto de Santa María, fue “un partido brutal, el Cantábrico al fondo, entre vascos y catalanes. Se jugaba al fútbol, pero también al nacionalismo. La violencia por parte de los vascos era inusitada. Platko, un gigantesco guardameta húngaro, defendía como un toro el arco catalán. Platko fue acometido tan furiosamente por los del Real que quedó ensangrentado, sin sentido, a pocos metros de su puesto, pero con el balón entre los brazos. Cuando el partido estaba tocando a su fin, apareció Platko de nuevo, vendada la cabeza, fuerte y hermoso, decidido a dejarse matar».
Alberti le dice a su amigo Gerardo Diego que se había perdido el partido más heróico del mundo: «hubieras llorado, gritado y hasta perdido el conocimiento”. Así que le escribió una oda al heroico guardameta húngaro: “… Camisetas azules y blancas, sobre el aire, camisetas reales/ contrarias, contra ti, volando y arrastrándote/ Platko, Platko lejano/ rubio Platko tronchado.
Y aquí entra en competición lírica un forofo del equipo contrario, el poeta guipuzcoano Gabriel Celaya, porque siempre creyó que tenía que ganar la Real en aquellas tres finales. Así que a la oda de Alberti, Celaya escribió su “Contraoda del poeta a la Real Sociedad”. y así lo contó: “ Y recuerdo también nuestra triple derrota/en aquellos partidos frente al Barcelona/que si nos ganó, no fue gracias a Platko/sino por diez penaltis claros que nos robaron. /Camisolas azules y blancas volaban/y nada pudo entonces toda la inteligencia/y el despliegue de los donostiarras/que luchaban entonces contra la rabia ciega/y el barro, y las patadas, y un árbitro comprado”.
Nada nuevo bajo el sol. Le quita méritos al rival y acusa al árbitro de vendido. Aunque eso sí, todo mucho más poético.