En la gran avenida de la gran ciudad hay un hombre sentado en la acera. Apoya su espalda en la pared y extiende la mano mirando a los ojos a todo el que pasa. Nadie le ve. ¡Con la de veces que soñó de niño con ser el hombre invisible!
Papeles que encuentro en cajones. Historias que son como una gota de agua en el océano.
En la gran avenida de la gran ciudad hay un hombre sentado en la acera. Apoya su espalda en la pared y extiende la mano mirando a los ojos a todo el que pasa. Nadie le ve. ¡Con la de veces que soñó de niño con ser el hombre invisible!
Cada vez que se acerca esta época de rocieros, paso del Guadalquivir, blanca paloma, etc, me acuerdo de la historia que me contó el responsable de emergencias del Plan Romero en la provincia de Cádiz. Durante una época, tuve que ir varios años por motivos de trabajo a Bajo de Guía durante el martes y el miércoles que cruzan el río las hermandades de la provincia hasta el Coto de Doñana. Es una experiencia interesante a la que nunca hubiera ido de otra manera.
Es una historia que ya publiqué aquí pero que repito, con vuestro permiso.
En una sociedad supermoderna, informatizada y a merced de las nuevas tecnologías, parece como que nos sorprende el protagonismo que asume la Naturaleza en nuestras vidas. Sigue condicionando al animal que llevamos dentro. Somos hijos de la pachamama al fin y al cabo.
Llegó la primavera hace ya un tiempo pero, no me matéis, a mí no me gusta. La primavera, como diría Frank Underwood en House of Card acerca de la Democracia, está sobrevalorada. La de este año me gusta un poco más porque está lloviendo -y ojalá que siga- pero normalmente me altera demasiado. Y lo de abril aguas mil no siempre se cumple.
A mí lo que de verdad me gusta es la lluvia. La lluvia es agua y el agua es vida. No soportaría vivir en un lugar en perpetuo verano. No soportaría parajes secos, tierra, aridez… No soporto el aire caliente de los días de levante ni el calor pegajoso. No soporto los campos amarillos ni las calles sucias. Quiero que llueva. Soy así de «intensa», qué vamos a hacerle.
La lluvia me reconcilia con la Naturaleza. Me llena de bienestar, de sosiego. La presiento y me reconforta. Me da igual salir a la calle y mojarme o quedarme en casa y oír cómo cae, abrir la ventana y olerla, sentirla.
Si alguien me cuenta una historia y dice, «aquel día estaba lloviendo», pienso, «aquel día tuvo que ser un buen día». Es como la Navidad, no puedo evitarlo. Me gusta. En otra vida tuve que vivir en un lugar lluvioso. Fijo. O lo mismo fui lluvia. No sé. Tendré que pensar en esto.
Mucho viento frío. Luna llena. Calles en tinieblas. Olor a cera. Cera en el suelo. Tambores. Alcauciles con chícharos. Lágrimas de cristal. Ben-Hur. Saeta en Santísimo. Golpe de la horquilla en el adoquinado. Cornetas. Arroz con leche y canela. Puñales en encajes. Mirad el árbol de la cruz, donde estuvo clavada la salvación del mundo. Ojos sin rostro. Túnicas. San Pedro Quiere Rosquetes. Vía Crucis por la calle Rosario. Vigilia. Zapatos negros. Torrijas. Los curas en el suelo. Más frío. Barrabás. La melena del Nazareno. Incienso. Viernes Dolores. Romero del Domingo de Ramos. Chaquetones. Acelgas con garbanzos. Hermosa nariz recta de madera. Procesiones por la tele. Las tres caídas. Mi madre guapa y elegante.
Recuerdo que cuando era pequeña había una pintada en un muro a la entrada de Cádiz en la que se leía “La Pepa, mentira burguesa”. Yo, que era de natural preguntona, por niña que era y por curiosa que también, quería saber qué quería decir aquello. Pero era complicado explicar qué era La Pepa y qué es la burguesía.
El caso es que esa pintada me viene a la cabeza cada vez que oigo que la Constitución aprobada en Cádiz en 1812 es ejemplo de libertad, democracia, derecho constitucional y soberanía nacional.
No quiero olvidar que el texto se escribió hace más de 200 años y que España vivía una guerra y venía ahogándose entre el absolutismo y la Inquisición. Pero aún así, cabe recordar que los diputados abolicionistas fracasaron y la esclavitud no fue suprimida; que las mujeres no podían votar y que los pobres tampoco, que nunca llegó a aplicarse de facto a pesar de que estuvo teóricamente vigente algunos años y que Fernando VII, único rey reconocido en el texto constitucional, la derogó en cuanto pudo, hecho que no se me quita de la cabeza cada vez que veo a su chozno, es decir, al hijo de su tataranieto, celebrando el texto.
A pesar de lo anterior, es un gusto que a Cádiz se la conozca por posibilitar un texto moderno para la época, decisivo para el nacimiento del Liberalismo europeo y para el Constitucionalismo hispanoamericano. Es un gusto porque sirve de excusa para recordar que Cádiz, ciudad en la que se engendró la primera Constitución española, reunía las condiciones necesarias para ello: era culta y moderna.
Por eso, me gusta recordar también que en Madrid, en la asignatura de Historia del Periodismo Español, nos decían que esa Constitución que intentó romper con algunos de los privilegios del antiguo régimen sólo podía haber nacido en Cádiz porque, entre otras cosas, aquí nació el periodismo político. En el Cádiz preconstitucional se publicaban 60 periódicos y las Cortes reconocieron por primera vez en la historia de España la libertad de imprenta mediante el decreto de 10 de noviembre de 1810 por el que “Todos los españoles tienen libertad de escribir, imprimir y publicar sus ideas políticas”. Esto sí era un avance.
Tengo edad suficiente para recordar perfectamente lo que ocurrió un día como hoy aunque no entendiera lo que estaba pasado realmente.
Aquella tarde, una compañera de la clase de baile llegó contando que su madre estaba llorando escuchando la radio. Sólo mucho tiempo después lo relacioné con el hecho de que su padre era diputado en Madrid.
El escritor Javier Cercas dice en su libro “Anatomía de un instante” que durante esas horas “Nadie estuvo a la altura. Tampoco la sociedad civil”.
Pero yo sí conozco a quien estuvo a la altura. Mientras los diputados seguían retenidos en el Congreso esperando un desenlace, en esos momentos inciertos, lejos de Madrid, en Vejer de la Frontera, la corporación municipal se reunió en un Pleno Extraordinario para condenar el golpe de Estado. Conservo el borrador del acta plenaria en el que la corporación, por unanimidad, acuerda, “expresar la más enérgica condena por el incalificable hecho de ocupación del Congreso de los Diputados haciendo constar la incondicional adhesión a su majestad el Rey, a las instituciones democráticas y a las fuerzas armadas de la nación. Asimismo, el pleno se solidariza con el alcalde de Vejer que, por su condición de diputado, se encontraba retenido en la Cámara Baja.
Conozco lo suficiente al alcalde accidental en funciones que convocó esa sesión plenaria. Sé, que por su naturaleza sencilla y discreta, no le gusta ser nombrado. Sólo quiero añadir que somos libres de elegir nuestro pequeño universo de héroes y en el mío está mi padre por lo que hizo esa noche. Aunque no sean invitados a actos importantes, ellos también dieron la cara y apostaron por la Democracia en un pequeño pueblo de la provincia de Cádiz. Le echaron valor ante el miedo a perder lo que apenas se estaba empezando a conseguir.
A.E. nació en los felices años 20. Era como una muñequita de porcelana. Cuando iba a las fiestas del Casino de la Exposición apuntaba en un librito de seda los turnos de baile de sus muchos pretendientes. En uno de éstos, A.E. se enamoró de un mozo de su misma clase social pero «tieso» de dineros.
Su carita de nácar cambió el día en que su novio la abandonó días antes de su boda y días después de que toda Sevilla se enterara de que su padre se había arruinado por culpa de una inversión arriesgada. El vestido de novia de seda con brocado quedó colgado en su lindo cuarto de soltera y el velo de chantilly que guardaba de su abuela no salió de su caja de cartón.
A.E. se buscó la vida como dependienta en una famosa joyería del centro en donde vendía sortijas y zarcillos a quienes antes habían sido sus amigas.
Muchas veces, de camino al pisito modesto en el que vivía con su madre, se cruzaba por la calle con aquel novio a la fuga que la abandonó y que tampoco nunca se casó. A.E., digna, sobria, elegante y orgullosa, se cambiaba de acera y jamás volvieron a intercambiar ni palabras ni miradas. Hasta que, ya muy mayor, su novio octogenario enfermó y A.E. le fue a visitar, cada día, hasta el día de su muerte.
«No estoy de acuerdo con lo que dices, pero defenderé con mi vida tu derecho a decirlo». Al parecer, esto decía Voltaire hace más de dos siglos. Aunque un periodista pondría en duda la autoría de esta frase ya que no aparece en sus escritos y, obviamente, no estaba presente cuando lo dijo.
Hoy, 24 de enero, es el día de San Francisco de Sales, Patrón de los periodistas. Se dice que este hombre escribía panfletos clandestinos que metía por debajo de las puertas para convertir a los calvinistas.
No es la misión de los periodistas convertir a nadie. En todo caso, contar lo que pasa o interpretar la realidad. Al margen del interés que personalmente siempre me despertó, me parecía una profesión necesaria para el buen funcionamiento de la democracia. La buena nota que, al menos en mi época, exigían para estudiar la carrera en la Universidad pública, llenaba las aulas de estudiantes con buenos expedientes académicos y enormes ganas de aprender y de, incluso, ser útiles a la sociedad.
Hoy en día, cuando se le pregunta a los españoles sobre la profesión que recomendarían a sus hijos, muy pocos dirían periodista. Según el Centro de Investigaciones Sociológicas, esta profesión es una de las peor valoradas, por debajo de los abogados .
La manipulación política que suelen ejercer las grandes empresas de comunicación sobre sus trabajadores y la nefasta imagen que ofrecen de la profesión la prensa rosa o los buscadores de sangre y morbo de la prensa amarilla, cada vez más en alza, nos hace decir con menos orgullo del que quisiéramos que somos periodistas cuando nos preguntan por nuestro oficio.
Además, la profesión sufre la falta de contratos laborales, sueldos de miseria, jornadas de trabajo insoportables y un intrusismo profesional impensable en otros sectores. El periodista, vocero de los problemas laborales de otros colectivos, ha sido incapaz de defender los suyos propios. Nos hemos creído profesionales de élite cuando solo somos trabajadores, en muchos casos en precario salvo conocidas excepciones. Terreno abonado para los abusos empresariales.
Del periodismo ciudadano, Twitter y la posverdad hablaremos otro día…
Feliz día del periodista.
Recoge la corbata y el pantalón de la tintorería. A los pocos minutos está en la habitación rebuscando entre las camisas amontonadas en un viejo baúl a los pies de la cama. Una tras otra las va cogiendo, examinando y tirando a una silla cercana. Están tan arrugadas como las dos chaquetas aplastadas entre la ropa que languidece en la barra combada del pequeño armario empotrado. Por el balcón entra todavía las últimas luces de la interminable tarde primaveral.
Deja caer sus brazos, cierra los ojos y mueve la cabeza lentamente rotando sobre su cuello grueso. Crujen algunos huesos. Aparenta unos 70 años. Es algo rechoncho y de baja estatura, cabeza calva y usa gafas de concha. Como si despertara, sale decidido a la cocina. Pone la radio y un café. El boleto de Radio Nacional de España abre con un suceso. Han matado a otra mujer en algún pueblo de alguna provincia. No se entera bien.
Escoge entre el escueto menaje una taza blanca y larga, recuerdo de Praga, y el azucarero de la despensa y los deja en la mugrienta encimera.
El informativo continúa en la radio. Mira entonces fijamente a la radio y se sienta despacio en la silla celeste de conglomerado y diseño pasado de moda, para oír, esta vez sí, que la asesinada es una joven, madre de un niño de dos años y su expareja le ha dado una puñalada mortal al salir del supermercado en el que trabaja de cajera. “Anda, como mi hija”, piensa.
El borboteo del café requemado y, casi a la vez, el timbre del teléfono hacen que se levante. Apaga el fuego y contesta al teléfono.
Para este 2018 y en adelante te deseo que seas capaz de librarte de quien te robó la energía y el alma. Que elimines a los egoístas de tu vida, a las malas personas, ¡fuera!, ¡échales!. A quien no te quiere, a quien no te valora ni respeta, ¡fuera!. A quien miente, traiciona, trepa, envenena, pisotea, presume, boicotea, ¡fuera!. A quien solo se ríe si es costa de los demás, a quien usa y olvida a la gente, a quien no mueve un dedo si no va a recibir nada a cambio, ¡fuera!. A quien solo se quiere a sí mismo, a quien no te aporta paz sino guerra, ¡fuera!.
Para este 2018 y en adelante te deseo que puedas levantarte por la mañana y respirar libertad, tranquilidad, equilibrio, amor… Y que te quieras más que a nadie en este mundo.