El negro grande cree que manda pero no hay compasión con los mutilados y esa varilla rota será su perdición.
El de las orejitas de abeja está triste porque ahora siempre cogen a uno nuevo con dibujos de coches de carrera.
El beis es elegante con su volante y su mango largo. No se relaciona y cuando vuelve de la calle, mojada y despeinada, se la oye llorar en un rinconcito tapándose el óxido que empieza a aparecer entre sus pliegues.
Y aquí estoy yo. Me llaman “el del chino” y la próxima vez que me saquen me pienso perder.