Los pies hundidos en el barro que ha dejado en las acequias el agua de la alberca. Ese agua que había subido durante la noche desde la tierra y que, al caer la tarde, volvía a ella.
Salía de lo profundo y nos llenaba la piel con sus minerales y la bebíamos y estaba helada como la oscuridad.
Y cada tarde regresaba a la tierra tras pasearse por los naranjos y los tomates y se llevaba nuestras risas de ese día.
Y así un día y otro día…
Pasado el tiempo, recuerdo aquellas tardes de verano en el campo y me pregunto: ¿cuándo fue la última tarde de riego?, ¿nos echará de menos el agua?.