La idea era que no se diferenciara la copia del original. Y así fue. En lo alto del cerro, Zhora se bajó del caballo y los hombres y mujeres que formaban parte de su comitiva se pusieron a sus órdenes. Recupera de su memoria calles y plazas y empieza a señalar con sus enjoyados dedos: aquí va la mezquita, bajando la ladera, los baños, tres arcos, una muralla, la medina entre esas dos lomas, y la casa de mis padres justo ahí.
Esa fue la única condición. No le pidió amor eterno, ni fidelidad, ni hijos, ni palacios. Solo quería que le construyera una ciudad idéntica a la que abandonó en Al-andalus.