Mi babi del colegio olía a plancha el lunes por la mañana. Con mi nombre bordado a mano sobre un pecho todavía plano, mi babi era el más limpio del mundo. Su olor le ganaba incluso a la goma de borrar y a las mondas multicolores de los lápices decapitados una y otra vez por culpa de un sacapuntas incompetente.
Mi babi era de cuadritos azules muy pequeños, abotonado por delante, con dos bolsillos y un cuello solapa. No era muy bonito, mi babi, la verdad, pero su olor cálido era más potente que el del bocadillo en la maleta, la témpera de las clases de Dibujo y las flores del mes de mayo. Solo las páginas de los libros nuevos en septiembre competían con su aroma. El olor de mi babi superaba al óxido del tobogán, a la cera derretida de la capilla y al perfume empalagoso de la señorita.
Sobrevivía a la lavanda con la que me mojaba el pelo y era un salvavidas en un baño por el que pasaban 200 criaturas en media hora de recreo.
Mi babi conservaba el olor de cada puntada dada en la tela, el olor a labor de tardes de radio frente a la máquina de coser junto a la ventana. Olía a jabón, a merienda, a cerilla, a manos conocidas de alianza gastada.
Mi babi era feo pero me lo hizo mi madre y olía bien.
Simplemente entrañable ♥️
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¡Muchas gracias!
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