La madre-brújula

Estaba saliendo el sol cuando nació su hija. Desde ese caluroso día de agosto acamparon en ella todos los miedos, los  reales y los imaginarios. Ese día le dio cuerda a su propio corazón para acompasar los dos latidos y aprendió a respirar al ritmo de su criatura.

Así fue ya siempre. La niña creció libre de maleficios y sana, como casi todos los niños crecen a este lado del mundo. Cuando llegó el momento de hacer sus maletas, la madre sacó de un armario una cajita pequeña, de madera, y se la metió entre la ropa.

Pasaron algunos años antes de que la hija llamara de nuevo a su puerta con la vida a medio vivir y un olor a fracaso en sus ropas. Resignada, deshizo las maltas y tiró al suelo el papel arrugado de proyectos abortados.

Ahora están sentados las dos frente al televisor, de nuevo juntas, latiendo al mismo tiempo, respirando al unísono. La madre, sonriente, ella dándole vueltas a esa maldita brújula que su madre le metió en la maleta y que siempre marcaba la dirección de la puerta de su casa.

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