Son los primeros en llegar a las oficinas todavía a oscuras a esa temprana hora de la mañana. Aunque en absoluto silencio, el eco de los teléfonos, el teclear de ordenadores y las conversaciones de los trabajadores permanecen de alguna manera en el aire. Al director general de nuevos proyectos no le termina de gustar el edificio inteligente al que la multinacional, la más potente de Andalucía, les ha trasladado recientemente, a las afueras de la ciudad. Todos las paredes y puertas son de un moderno material transparente y esas moderneces están bien para controlar el trabajo de sus empleados, pero no le hace ninguna gracia que ellos también puedan hacerlo a la inversa. Sin contar con el enorme gasto en aire acondicionado para amortiguar el calorazo que sacude la fachada.
El jefe de personal le pregunta por su familia y, acto seguido, por los avances en la nueva plataforma solar en la que trabaja su departamento. “Una de las más grandes de Europa ¿no?”, le pregunta con cierto tono cobista. El director general contesta dos escuetos, bien, bien, y va al grano, no hay tiempo que perder. A las ocho empezarán a llegar los trabajadores y ocuparán, como remeros en galeras, cada uno su asiento. Ellos mismos se cierran los grilletes. Esa imagen le hizo un poco de gracia, incluso, al señor director general.
“Según su opinión, le pregunta acto seguido, ¿de quiénes podemos prescindir?”. El jefe de personal saca una lista de su maletín de cuero y disecciona uno a uno los nombres anotados. Como una aséptica autopsia curricular y personal de esas personas sin cara. Debaten un rato y, finalmente, anotan un par de nombres. “Hoy mismo tienes que hablar con ellos, ¿de acuerdo?. Suelta con aire despreocupado antes de salir por la puerta.