Y llegados a este punto:
Me sobran las farsantes y los tramposos. Espero mucho de poca gente y nada de nada de mucha gente.
Ya no me sorprenden las deslealtades ni me entristecen los desapegos necesarios.
Me aburren la estupidez, el egoísmo y la frivolidad. Huyo de los sientacátedras, pedonavidas e iluminados.
Ya no me importa no caer bien a todo el mundo y eso me libera del afán de la complacencia esclavizante.
Ahora valoro mucho más menos cosas y menos más cosas.
Una, que se hace mayor…
“Deshazte de lealtades inservibles/ Emigra a algún rincón donde los besos/ No acaben convertidos en puñales/ Un lugar donde puedas volver la mirada/ Sin temor a acabar como estatua de sal»
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¿Quién eres, Olaz?
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