La biblioteca municipal ocupa una vieja casona mal restaurada y llena de corrientes que cedió al pueblo un rico que murió sin herederos. En lo que debió de ser el gran comedor de la planta noble se alinean ahora estanterías repletas de libros polvorientos que nunca nadie ha leído. A un extremo, la mesa de préstamos con la bibliotecaria. Frente a ella, una mesa de lectura. Pues bien, en esa mesa estoy yo ahora, como siempre, haciendo como que escribe y mirándola cada poco sin que se dé cuenta. Hoy no pasa sin que, además de un libro, le pida una cita.